Remember you are dust, and to dust you shall return.
Dear Friends in Christ,
It ought not to matter whether this is your too-many-to-count Ash Wednesday or your first. The invitation to reflect, pray and prepare for the Easter Vigil is always an invitation to wonder again and anew about what God is up to with us. Or perhaps, put more accurately, to wonder yet again about the way we hesitate to respond to God’s unfailing love.
Ash Wednesday marks the beginning of a rich and deep dimension of our Christian faith. The liturgy of our Episcopal tradition shines as it moves us in prayer, reflection, and eucharistic celebration toward that day of rising.
Yet the tropes of Ash Wednesday disciplines have always bothered me. If the hardest thing we can give up is something like chocolate, I’m not sure we are taking seriously what this day is calling forth. To be sure, giving up something that we indulge in is certainly a discipline that ought to draw from us some insight into our deeper desires. But every year at Ash Wednesday, I find myself asking what practice can we enter into that will truly bring us nearer to God?
Remember you are dust, and to dust you shall return.
These are the words we hear as the image of a cross is made on our foreheads using ash from the burnt palms from last year. It is easy to rush to a place of shame and unworthiness when we receive the cross and hear these words. This year I find myself wondering about the ways we assume we know what is meant by “dust”. I recall a moment decades ago when I was cooking, and a piece of food fell onto the ground. I let out a cry of dismay, and the next second, my sister said, “Hey, God made dirt, so dirt don’t hurt.” Scientific knowledge of germs aside, her words were liberating. Dirt is not, by definition, a bad thing. And neither is the dust to which we shall return.
These words are not uttered to demean or displace us. They are at the center of the Ash Wednesday liturgy because they remind us that God created everything – including dirt, aka dust. To remember that we are dust is to be reminded that God, creator of all that is and is to come, created dust too. Remember you are dust, and to dust you shall return is not a comeuppance or a statement to invoke shame. These words are a promise. They are meant to remind us that we have always been in God’s embrace. Our sin is behaving as though we are not. Our sin is believing that we control God’s loving embrace.
This Ash Wednesday, I invite you to hear these words as an invitation and promise. God created all that we know and beyond … even dust. So, when we hear those words: remember that you are dust and to dust you shall return, the simple translation is this: Remember you are God’s and to God you shall return.
Perhaps the most challenging Lenten discipline is accepting how completely and endlessly God loves us.
Lenten blessings,
Recuerda que eres polvo y al polvo volverás.
Queridos Amigos en Cristo,
No debería importar si este es uno más de muchos Miércoles de Ceniza o el primero para ustedes. La invitación a reflexionar, orar y prepararse para la Vigilia Pascual es siempre una invitación a preguntarse una y otra vez sobre lo que Dios está haciendo con nosotros. O tal vez, dicho con más precisión, para preguntarse una vez más sobre la forma en que dudamos en responder al amor inagotable de Dios.
El Miércoles de Ceniza marca el comienzo de una rica y profunda dimensión de nuestra fe cristiana. La liturgia de nuestra tradición episcopal brilla mientras nos mueve en oración, reflexión y celebración eucarística hacia ese día de resurrección.
Sin embargo, los temas de las disciplinas del Miércoles de Ceniza siempre me han molestado. Si lo más difícil a lo que podemos renunciar es algo como el chocolate, no estoy seguro de que nos estemos tomando en serio lo que este día nos depara. Sin duda, renunciar a algo a lo que nos entregamos es ciertamente una disciplina que debería sacarnos alguna idea de nuestros deseos más profundos.
Pero cada año, en el Miércoles de Ceniza, me pregunto qué práctica podemos realizar que realmente nos acerque a Dios.
Recuerda que eres polvo y al polvo volverás.
Estas son las palabras que escuchamos mientras se hace el signo de la cruz en nuestras frentes, con cenizas de las palmas quemadas del año pasado. Es fácil pensar inmediatamente en la vergüenza o la indignidad cuando recibimos la cruz y escuchamos estas palabras. Este año me pregunto sobre las formas en que asumimos que sabemos lo que significa “polvo”.
Recuerdo en un momento, hace décadas, cuando estaba cocinando y un trozo de comida cayó al suelo. Dejé escapar un grito de consternación y de inmediato mi hermana dijo: “Oye, Dios hizo la tierra para que la tierra no sea mala”. Dejando a un lado el conocimiento científico de los gérmenes, sus palabras fueron liberadoras. La tierra no es, por definición, algo malo. Y tampoco lo es el polvo al que volveremos.
Estas palabras no se pronuncian para degradarnos o desplazarnos. Están en el centro de la liturgia del Miércoles de Ceniza porque nos recuerdan que Dios creó todo, incluido el barro, también conocido como polvo. El recordar que somos polvo es recordar que Dios, el creador de todo lo que es y está por venir, también creó el polvo. Recuerda que eres polvo y al polvo volverás no es un merecido o una declaración para invocar la vergüenza. Estas palabras son una promesa. Están destinadas a recordarnos que siempre Dios nos tiene abrazados. Nuestro pecado es comportarnos como si no lo estamos. Nuestro pecado es creer que controlamos el abrazo amoroso de Dios.
Este Miércoles de Ceniza los invito a que escuchen estas palabras como una invitación y promesa. Dios creó todo lo que conocemos y más allá… incluso el polvo. Así que, cuando escuchamos esas palabras: recuerda que eres polvo y al polvo volverás, la traducción simple es esta: recuerda que eres de Dios y a Dios volverás.
Quizás la disciplina de Cuaresma más desafiante es aceptar que Dios nos ama infinita y completamente.
Bendiciones Cuaresmales,