Rev. Beto Arciniega—known throughout the diocese as Padre Beto—will be retiring at the end of August, 2024 after many years of faithful service to the Church. He has served for many years here in the Episcopal Church in Western Oregon as missioner for emerging communities and as associate rector at St. Michael & All Angels Episcopal Church in Portland. Throughout this time Padre Beto has been a faithful pastor to many, especially those in marginalized communities. He will be missed!
Padre Beto’s journey to the priesthood began at a young age in his hometown of Jocotitlán, Estado de México, Mexico. Reflecting on his early years, he shared, “Until age 14, I had a normal childhood. At 14, I entered seminary— Seminario Conciliar de Toluca—in Toluca, the capital of our state.” These formative years were marked by deep religious study and immersion in the theological currents of the time, especially liberation theology, which at that time was relatively unknown.
His theological education continued in Mexico City, where he spent two years studying at the Seminario Conciliar de México and the Instituto de Estudios Eclesiásticos CDMX. It was a period of significant change and growth, marked by exposure to diverse theological perspectives and the vibrant religious discourse of the late 1970s. A highlight of this time was a visit from Pope John Paul I to Mexico City, where Beto, still a young seminarian, shared the altar at the Basilica of Our Lady of Guadalupe with the newly elected Pope.
In 1979, Padre Beto was interviewed by the director of vocations at the Roman Catholic seminary in Sacramento, California. Initially, he had hoped to serve in Nicaragua, inspired by the social justice movements there. However, upon seeing the conditions in the agricultural camps of Sacramento, he felt a profound calling to serve in the United States. “I never thought the United States could have such injustice, exploitation, and marginalization,” he recalled.
Ordained as a Roman Catholic priest in the Diocese of Sacramento in 1980, Padre Beto dedicated himself to serving communities of migrant workers in the Sacramento Valley. His work was transformative, but personal circumstances led him to seek a new spiritual home. Encouraged by his bishop, he explored the Episcopal Church and found a welcoming community. In 1991, under the guidance of Bishop John Lester Thompson of Northern California, he became an Episcopal priest.
Padre Beto’s ministry in Northern California was marked by his efforts to build and support Latino congregations. He worked to establish communities serving farm, vineyard, and service industry workers in towns like Davis, Woodland, and Sacramento. His focus was on creating inclusive spaces where migrant workers and their families could find spiritual support and community.
In 1996, Padre Beto moved to Oregon, where he continued his ministry. He played a crucial role in establishing and nurturing Latino congregations throughout the state. “When I arrived, we had two congregations. Now, we have multiple communities from Hillsboro to Newport and beyond,” he said. His work extended to providing educational programs through the Mexican Consulate, helping adults from Mexico here in Oregon complete their education, learn new skills, and become citizens; and to exploring Latino ministry with the Lutheran Synod.
Padre Beto has served many faith communities here in Oregon, including Todos los Santos / All Saints, Hillsboro; Iglesia Episcopal Santa Cruz / Holy Cross Santa Cruz, Gresham; St. Michael / San Miguel Episcopal, Newberg; St. Mary / Santa María, Woodburn; St. Stephen / San Esteban, Newport; St. James / Santiago, Lincoln City; St. Catherine / Santa Catalina, Manzanita; Ss. Peter and Paul – Santos Pedro y Pablo, Portland (now closed); and most recently St. Michael and All Angels, Portland.
Throughout his ministry, Padre Beto faced numerous challenges, particularly in fostering unity within diverse communities. “My challenge has been to explain and make people understand that we are one community with different traditions, customs, and languages,” he explained. His approach emphasized flexibility and openness, striving to create inclusive worship spaces that celebrated diversity.
Reflecting on his faith journey, Padre Beto noted, “To me, trusting God is more important than believing in God. Trusting God involves a deep, personal commitment that guides my actions and decisions every day.”
As he approaches retirement, Padre Beto’s dedication to returning to Mexico and caring for his mother signifies another chapter of his calling. He remains committed to staying connected with the Diocese and continuing his ministry in new ways. “I’m not going to stop doing things. I’ll be in touch and help in any way I can,” he affirmed.
Padre Beto’s legacy is one of unwavering faith, compassionate service, and a commitment to inclusivity. His life’s work has touched countless lives and will continue to inspire the communities he has served so faithfully.
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El Reverendo Beto Arciniega, conocido en toda la diócesis como el Padre Beto, se jubilará a finales de agosto de 2024 después de muchos años de fiel servicio a la Iglesia. Ha servido durante muchos años aquí en la Iglesia Episcopal en el Oeste de Oregón como Misionero para las Comunidades Emergentes y como rector asociado de la iglesia episcopal de San Miguel y Todos los Ángeles en Portland. A lo largo de este tiempo, el Padre Beto ha sido un pastor fiel para muchos, especialmente para aquellos en comunidades marginadas. ¡Se le echará de menos!
El camino del Padre Beto hacia el sacerdocio comenzó a una edad temprana en su pueblo natal de Jocotitlán, Estado de México, México. Reflexionando sobre sus primeros años, compartió: “Hasta los 14 años, tuve una infancia normal. A los 14 años entré al Seminario Conciliar de Toluca, en Toluca, la capital del estado”. Estos años de formación estuvieron marcados por un profundo estudio religioso y una inmersión en las corrientes teológicas de la época, especialmente en la Teología de Liberación, que en ese momento era relativamente desconocida.
Su educación teológica continuó en la Ciudad de México, donde pasó dos años estudiando en el Seminario Conciliar de México y en el Instituto de Estudios Eclesiásticos en CDMX. Fue un período de cambios y crecimiento significativos, marcado por la exposición a diversas perspectivas teológicas y el vibrante discurso religioso de finales de la década de 1970. Un punto culminante de este tiempo fue la primer visita del Papa Juan Pablo I a la Ciudad de México, donde Beto, todavía un joven seminarista, compartió el altar de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe con el recién elegido Papa.
En 1979, el Padre Beto fue entrevistado por el director de vocaciones del seminario católico romano en Sacramento, California. Inicialmente, esperaba servir en Nicaragua, inspirado por los movimientos de justicia social de ese país. Sin embargo, al ver las condiciones en los campamentos agrícolas de Sacramento, sintió un profundo llamado a servir en los Estados Unidos. “Nunca pensé que Estados Unidos pudiera tener tanta injusticia, explotación y marginación”, recordó.
Ordenado sacerdote católico romano en la Diócesis de Sacramento en 1980, el Padre Beto se dedicó a servir a las comunidades de trabajadores migrantes en el Valle de Sacramento. Su trabajo fue transformador, pero las circunstancias personales lo llevaron a buscar un nuevo hogar espiritual. Animado por su obispo, Francis A. Quinn, exploró la Iglesia Episcopal y encontró una comunidad acogedora. En 1991, bajo la guía del obispo John Lester Thompson del norte de California, se convirtió en sacerdote episcopal.
El ministerio del Padre Beto en el norte de California estuvo marcado por sus esfuerzos para construir y apoyar congregaciones latinas. Trabajó para establecer comunidades que sirvieran a los trabajadores de la industria agrícola, vitivinícola y de servicios en ciudades como Davis, Woodland y Sacramento. Su enfoque se centró en la creación de espacios inclusivos donde los trabajadores migrantes y sus familias pudieran encontrar apoyo espiritual y comunidad.
En 1996, el Padre Beto se mudó a Oregón, donde continuó su ministerio. Desempeñó un papel crucial en el establecimiento y fomento de congregaciones latinas en todo el estado. “Cuando llegué, teníamos dos congregaciones. Ahora, tenemos múltiples comunidades desde Hillsboro hasta Newport y más allá”, dijo. Su trabajo se extendió a proporcionar programas educativos a través del Consulado Mexicano, ayudando a los adultos de México aquí en Oregón a completar su educación, aprender nuevas habilidades y convertirse en ciudadanos.
A lo largo de su ministerio, el Padre Beto enfrentó numerosos desafíos, particularmente en el fomento de la unidad dentro de diversas comunidades. “Mi reto ha sido explicar y hacer entender a la gente que somos una comunidad con diferentes tradiciones, costumbres e idiomas”, explicó. Su enfoque enfatizó la flexibilidad y la apertura, esforzándose por crear espacios de culto inclusivos que celebraran la diversidad.
Reflexionando sobre su camino de fe, el Padre Beto señaló: “Para mí, confiar en Dios es más importante que creer en Dios. Confiar en Dios implica un compromiso profundo y personal que guía mis acciones y decisiones todos los días”.
A medida que se acerca la jubilación, la dedicación del Padre Beto a regresar a México y cuidar de su madre significa otro capítulo de su vocación. Sigue comprometido a mantenerse conectado con la Diócesis y continuar su ministerio de nuevas maneras. “No voy a dejar de hacer cosas. Estaré en contacto y ayudaré en todo lo que pueda”, afirmó.
El legado del Padre Beto es de fe inquebrantable, servicio compasivo y compromiso con la inclusión. El trabajo de su vida ha tocado innumerables vidas y continuará inspirando a las comunidades a las que ha servido tan fielmente.