“….[Mary] turned around and saw Jesus standing there, but she did not know that it was Jesus. Jesus said to her,“Woman, why are you weeping? Whom are you looking for?” Supposing him to be the gardener, she said to him,”Sir, if you have carried him away, tell me where you have laid him, and I will take him away.” Jesus said to her, “Mary!” She turned and said to him in Hebrew, “Rabbouni!” 

The memorial service was over, and I was wired and tired. It was the kind of feeling one has after preaching. This time I was even more weary because it was my mother’s memorial service and, fulfilling her request, I had preached the sermon. I was standing in the hall at St. Mark’s, Hood River – the hall is a narrow passage that runs the length of the nave between the church and the rest of the building. I was trying to get to the sacristy to take off my vestments, and a woman approached me with a very friendly smile and said, “What a lovely service, Diana, I always thought your mom was special.” I smiled back and thanked her. She continued to speak, and I could tell she was very familiar with our family. So, I asked to know her name. Her face fell – she was crestfallen. She said, “I’m Peggy!” We’ve known each other since kindergarten but in that moment my disorientation and exhaustion along with the passage of time had blinded me to the face of a dear friend of old. Realizing how my question had hurt her, I took her face in my hands and gazed into her eyes and said, “Oh my goodness, my dear, of course!” And I hugged her.

I wonder about Mary in the account in the Gospel of John where she, grief stricken and bereft, encounters Jesus outside the tomb and mistakes him for the gardener. We tend to attribute her inability to recognize him to his transformed appearance as he ascends to become Christ. But it could also be true that it was her own condition that blinded her to her Christ. We certainly cannot fault her for this. We have just journeyed through Holy Week and, if we fully engaged the liturgies, we can relate to Mary’s state of mind. The weight of the trial, the condemnation and conviction, the awful crucifixion… feeling helpless while desperately loving this human man she thought would change her world of suffering. All this must have made her toss in restless sleep, and then wearied from her grief and exhaustion she mistook Jesus for the gardener. Her loss and grief temporarily altered her capacity to recognize a man she had loved.

This year-plus of pandemic has taken a toll on us. None of us will come through it unchanged. Some of us have lost family members or friends to the virus. Some of us have recovered from a frightening infection of the virus. Some of us are children who have struggled to continue learning while schools have been closed. Some of us have lost employment or entire businesses or homes. None of us will come through this unchanged. Our exhaustion can be heard in questions about the value of observing Lent this year: this whole pandemic year has been one long Lent. And Easter was supposed to be the celebration of being back together for Holy Eucharist. It was supposed to be a time when we were all back together – not just some of us, but all of us. 

We are exhausted and very disappointed.

We are like Mary in the garden outside the tomb: bleary-eyed, weighted down with grief, exhausted, disoriented, and wondering what to do. And we, like Mary, might find ourselves unable to recognize our Christ as he stands right in front of us, speaking to us. Our hearts and souls are that heavy with troubles from this slog through the pandemic.  

Even so, he ascended. He has risen. He shows us how and why to hope. His love is what brought us to this day. Although we may need to hear him call our names Mary! before we blink and truly see him, this day is the day that defines us. It is the day through which we find our identity: we are EASTER people. The resurrection shapes our lives because the risen Christ has shown us we are worthy of love, of forgiveness, of reconciliation, of new life.  

This Easter it may be more difficult for us to truly see our Christ for the blindness from our exhaustion. I hope and pray that we will, each of us, allow ourselves to stop, blink again, and see, through our bleary eyes, who it is that has liberated us into this unending life in the heart of God. Jesus Christ is calling us, one by one, and by our names. He knows us and loves us that well.

Alleluia!Christ is Risen!
+Diana


“…[María] volvió la cara y vio a Jesús allí, pero no sabía que era él. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? María pensó que estaba hablando con el que cuidaba el jardín donde estaba la tumba. Por eso le dijo: Señor, si usted se ha llevado el cuerpo que estaba en esta tumba, dígame dónde lo puso y yo iré a buscarlo. Jesús le dijo: ¡María!Ella se volvió y le dijo: ¡Maestro!

El funeral había terminado y yo estaba tensa y cansada. Era ese tipo de sensación que uno tiene después de predicar. Esta vez estaba aún más cansada porque fue el funeral de mi madre, y había cumplido con su deseo; que yo predicara el sermón. Estaba de pie en el salón de St. Mark’s, Hood River; el salón es como un corredor que va paralelo a lo largo de la nave entre la iglesia y el resto del edificio. Me dirigía a la sacristía para quitarme las vestiduras, y una mujer con una sonrisa muy amistosa se acercó y me dijo: “Qué servicio tan lindo, Diana, siempre pensé que tu mamá era especial”. Yo le sonreí también y le agradecí. Ella continuó hablando y me di cuenta de que conocía muy bien a nuestra familia. Entonces, le pregunté su nombre. Vi cómo su rostro se desmoralizó. Y me dijo: “¡Soy Peggy!” Nos conocemos desde el jardín de niños. Pero en ese momento con mi confusión y mi agotamiento, además del paso del tiempo; no pude ver la cara de una querida amiga de mucho tiempo atrás. Al darme cuenta de cuánto le había dolido mi pregunta, tomé su rostro entre mis manos, la miré a los ojos y dije: “¡Dios mío, cariño, por supuesto!” Y la abracé.

Me imagino a María, en el relato del Evangelio de Juan, donde ella afligida y desconsolada, encuentra a Jesús fuera de la tumba y lo confunde con el jardinero. Tendemos atribuir su incapacidad de ella para reconocerlo, a la apariencia transformada de Jesús mientras asciende para convertirse en Cristo. Pero también podría ser cierto que fue la propia condición de María que la cegó para ver a su Cristo. Ciertamente no podemos culparla por esto. Acabamos de caminar por esta Semana Santa y, si participamos plenamente en las liturgias, podemos identificarnos con el estado mental de María. El agobio del juicio, la sentencia y la condena, la terrible crucifixión … se siente impotente y por otro lado estar amando con desesperación a ese hombre humano que pensó cambiaría su mundo de sufrimiento. Todo esto debe haberla hecho caer en un sueño de pesadilla, y luego, cansada por su dolor y agotamiento, confundió a Jesús con el jardinero. Su pérdida y su dolor alteraron temporalmente su capacidad para reconocer al hombre que amaba.

Más de un año de pandemia ha hecho estragos en nosotros. Ninguno de nosotros lo superará sin haber cambiado. Algunos de nosotros hemos perdido familiares o amigos a causa del virus. Algunos de nosotros nos hemos recuperado de esta espantosa infección del virus. Algunos de nosotros somos niños que hemos luchado por seguir estudiando mientras las escuelas estaban cerradas. Algunos de nosotros hemos perdido el empleo o negocios o nuestras casas. Ninguno de nosotros superará esto sin cambios. Nuestro agotamiento se puede escuchar en las preguntas sobre el valor de observar la Cuaresma este año: todo este año pandémico ha sido una larga Cuaresma.Y se suponía que la Pascua era la celebración de volver a estar juntos para la Santa Eucaristía. Se suponía que iba a ser un momento en el que todos volviéramos a estar juntos, no solo algunos de nosotros, sino todos.

Estamos agotados y muy decepcionados.

Estamos como María en el jardín fuera de la tumba: con los ojos llorosos, agobiados por el dolor, exhaustos, desorientados y preguntándonos qué hacer. Y nosotros, como María, podríamos encontrarnos incapaces de reconocer a nuestro Cristo mientras él está frente a nosotros, hablándonos. Nuestros corazones y almas están tan abrumados por los problemas de esta pandemia.

Aun así, él ascendió. El ha resucitado. El nos muestra cómo y por qué tener esperanza. Su amor es lo que nos trajo hasta el día de hoy. ¡Aunque es posible que necesitemos escucharlo llamándonos María! antes de que parpadeemos y lo veamos de verdad, este día es el día que nos determina. Es el día en el que encontramos nuestra identidad: somos gente de PASCUA. La resurrección moldea nuestras vidas porque Cristo resucitado nos ha mostrado que somos dignos de amor, de perdón, de reconciliación, de una vida nueva.

Esta Pascua, para nosotros, puede ser más difícil ver verdaderamente a nuestro Cristo, debido a la ceguera de nuestro agotamiento. Yo espero y hago oración para que, cada uno de nosotros, nos permitamos detenernos, parpadear de nuevo y ver, a través de nuestros ojos nublados, quién es el que nos ha liberado a la vida infinita en el corazón de Dios. Jesucristo nos está llamando, uno por uno, y por nuestros nombres. Él nos ama y conoce muy bien.

¡Aleluya!¡Cristo ha resucitado!
+Diana